Tranquilos, no voy a contar ninguna moñada, podéis seguir leyendo.
¿A vosotros este día no os despierta sentimientos encontrados? Porque a mí, muchísimos. Por un lado, todos somos más o menos conscientes de la comercialidad que encierra: las tiendas se llenan de corazones y de ofertas de colonias, bombones, flores y peluches, los restaurantes sacan sus menús especiales con una cutre cena de mierda en la que te ponen cuatro almejas y cuatro cosas con chocolate y te soplan un mínimo de 30 € por cabeza por utilizar adjetivos como «sensual» o «enamorados», e incluso las aerolíneas te venden la moto de billetes superbaratos para viajar por amor y olvidan rebajarte también la vuelta.
Pero por otro, a muchos de nosotros nos encanta que haya un día en el que ser ñoño no solo esté permitido, sino que, incluso, sea deseable. No sé en vuestros institutos, pero en los míos siempre se celebraba regalando flores a quien te gustaba o a los amigos que más querías y se aprovechaba para mandar cartas llenas de palabras bonitas y demás cursilerías. Y como a todos nos gustan estas cosas, siempre había acuerdos entre amigos para que todos recibieran algo bonito. A mí me encantaba llegar a casa con mi florecica y mis carticas de turno y secarla con todo el cariño y sentirme bien cada vez que la miraba.
Sin embargo, creo que la comercialidad excesiva se ha cargado la posibilidad de poder disfrutar de estas cosas sin sentir que estás participando en el Gran Plan Malvado del consumismo más innecesario. De hecho, me siento incluso culpable por pensar siquiera en todo esto. A mi entender, ahora mismo solo hay dos posturas aceptadas: o estás completamente a favor y participas del combo cena+regalo+polvete o estás completamente en contra y tienes que dejarlo patente criticándolo a saco. Bueno, o te callas y no dices nada ni a favor ni en contra porque, en realidad, no sabes ni lo que opinas.
¿Es posible pasar un 14 de febrero haciendo algo especialmente ñoño sin caer en este juego? Sí, estoy totalmente de acuerdo en que «todos los días son buenos para demostrarle a alguien lo que sientes», «no hay que esperar a que sea San Valentín para decirle que le quieres» y «todo esto no es más que un invento de El Corte Inglés», pero no sé... Será que para mí las fechas señaladas siempre han sido especiales por no haber vivido la mayoría de ellas como me habría gustado. Soy la típica persona que se emociona muchísimo con su cumpleaños o con el día de Reyes, pero que ha aprendido a guardárselo para sí misma y a no esperar nada porque nunca son como le gustaría o porque las veces que ha intentado hacer algo especial ha salido todo al revés de como «debía» ser. Pero ese es otro tema.
El caso es que no sé muy bien dónde me deja esto. ¿Por qué no me pasa lo mismo con, por ejemplo, el día del orgullo friki? ¿O con el día de Pi? ¿O el de la mujer trabajadora? ¿O el del cáncer de mama? ¿O el día de Andalucía? ¿O el de la paz? Ya, no es lo mismo y probablemente esté mezclando churras con merinas y lo mejor sería que no hubiese días de nada o yo qué sé, pero... ¿por qué me siento culpable por pensar que me parece bonito que haya un día marcado en el calendario para recordar algo tan tierno como puede ser el Amor, así, en mayúscula, como concepto? A lo mejor el problema es la forma en que se enfoca, el deber de demostrar públicamente lo que sientes o dejas de sentir por TU pareja gastándote esos 30 € (bueno, 60 €) que comentaba antes en esa cena de mierda con una rosa roja que te ha costado 6 € solo por ser San Valentín y que mañana estará a 3 € porque se marchita. A lo mejor, y solo a lo mejor, si dejáramos de enfocarlo como un día para dos con un guión establecido, podríamos disfrutarlo más.
Y por si os lo preguntáis, yo lo pasé viendo un partido de hockey sobre hielo (mi nueva pasión) en directo con un amigo y cenando chino en mi casa tan ricamente. Vale, también es cierto que #erniño no está aquí ni yo estoy allí, pero aunque hubiésemos estado juntos, no habría cambiado nada de ese plan. Probablemente habría tenido algún detalle ñoño porque cada vez me doy más cuenta de lo reprimidamente cursi que soy, pero ¿y lo romántico que es ver a doce tíos intentando abrirse la cabeza con un palo de hockey. :D