...un te quiero, una caricia y un ad-... ¿oye? ¿Burtito? ¿Dónde te has metido? ¿Hola?
Pues eso, que ya sé que a la hora de despedirme soy un burto con patas, que lo hago fatal, que siempre que puedo me escaqueo o me vuelvo de lo más raro y no hablo apenas, o hablo mucho, o no miro a la gente, o miro al suelo, o me voy tartamudeando o cualquier cosa de esas, pero es que lo llevo muy, muy mal y siempre se me cae la lagrimita, así que ¡no me regañéis más!
Y sabed que últimamente he mejorado mucho y ya a veces hasta me atrevo a acompañar a la gente a su destino final en lugar de salir corriendo a la primera de cambio, que ya es un gran progreso. "Cocretamente" lo he hecho dos veces: una hasta la estación de autobuses de Granada (first time EVER) y otra en Málaga, hasta la entrada misma de la estación de tren (ay, qué penita más grande me dio).
El otro día un burto barbudo me dijo que estaba mú loca y le respondí que sí, pero que soy una loquita entrañable. Es cierto y lo sabéis, y dado que este problema forma parte de mi no-encanto, you have to deal with it, bitches! Pero con cariño. Bitches.
3 comentarios:
Vale, ahora entiendo la despedida mediocroquetera en Granada, estabas intentando superarte a ti misma y te quedaste a medio camino. Tienes que seguir practicando hasta despedirte a lo Zoidberg, pero sin expulsar tinta.
Ay, pobre, tendría que habértelo explicado, jajajaja. He tenido algunas épicas, como mentir en el día que me voy y no ir a mi propia despedida, salir corriendo (literalmente) en mitad de la noche y llegar a casa con un ataque de asma o correr hasta el torno del metro y dejar a la otra persona con la palabra en la boca. En fin, he mejorado con los años, pero me sigue resultando extremadamente difícil. ¡Despedirse es ETA!
Lo de desaparecer en mitad de la noche yo lo hacía en mi época universitaria, pero no por no querer despedirme. Íbamos a cenar en grupo, a un bar luego y, cuando llegaba la hora de entrar en un pub grande/discoteca, me quedaba el último para entrar y luego me daba la vuelta para casa. Primero aprendí a enviar un SMS (so long, suckers!) al desaparecer y, con los años, a aguantar estoicamente un par de horas. Todos tenemos nuestras locuras.
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