Mi abuela no es mala persona, pero no sé qué pasa con las mujeres de mi familia, que la mayoría tienen tendencia a la insoportabilidad (bonito palabro). Ya sé que las personas mayores, cuantos más años cumplen, más suyas son, pero es que lo de esta mujer no tiene nombre...Tiene la casa que se le va a caer a pedazos, y no renueva nada primero por no pagar, y segundo porque no quiere cambiar nada de lo que mi abuelo hizo en vida. Si a mí eso me parece maravilloso y un acto de amor encomiable, pero...¡joder, que se nos cae encima! La ducha ya apenas funciona, sólo sale un hilillo de agua, sin presión, e imposible de regular: o te achicharras, o te congelas; las grietas de los techos y las paredes pronto podrán servir de escondites para jugar entre nosotros y gritar aquello de "¡por mí y por todos mis compañeros, por mí primero!" (ahí, fomentando la solidaridad); la cisterna no se termina de llenar (ejem, ejem), y además pierde agua, cosa que me saca de quicio; también el grifo de la cocina pierde agua, y fregar con un chorrico de medio centímetro empieza a cansarme; nos apaga el calentador en cuanto cerramos el grifo para enjabonarnos mientras nos duchamos para ahorrar butano (¿?); lo guarda todo en bolsas de plástico (cubiertos, platos, escurreplatos, electrodomésticos...) Da igual lo que le compres para mejorar su calidad de vida (manteles, muebles, lo que sea), que lo acaba o tirando, o metiéndolo en una bolsa de plástico. Una maravilla oiga. Y luego está el continuo murmullo; habla entre dientes, en lugar de decir lo que le pasa o lo que quiere directamente, mirando a la cara. No, ella no; ella se pasa HORAS murmurando, llenando la casa con un continuo ronroneo que se te mete en la cabeza y te acaba volviendo loco. Y esta tarde ha sido lo mejor: estoy sesteando en el sofá de la salita mientras veo reportajes del canal Historia (en ese momento sesteaba más que miraba), y entra a la habitación y empieza: “Pilar, Pilar, Pilar, Pilar, Pilar”, como un niño chico, y yo sobada cual tronco escuchaba la voz de lejos, “Pilar, que subas los sacos de almendras al cuartillo, que ha venío a traerlos tu primo que ha estado esta mañana con tu tío y ya han llegao, Virgen Santísima, que se dejan el tractor en el campo y no puedo dormir, ay madre de mi alma, cuántos disgustos Señor, que si es que yo no puedo, si yo pudiera Señor, bien sabes Tú que lo haría, pero con estas manos de muerta ay madre, que no puedo tirar, y cuántos sacos habré subido yo, ay", y así un ratazo, y yo ya medio despierta, porque todo ese discurso no creáis que lo dice de una forma audible, no señor...Todo eso, murmurado. Al final, por mis ovarios, no me he levantado, y ha cogido y apagao la tele y ha dicho "si estás durmiendo no necesitas esto q ue gasta mucha luz”. Y se ha ido. Pues ¡leches! Que sin la voz del locutor explicándome los misterios de la venida del anticristo no he podido volver a conciliar el sueño, y encima se ha sentado en el pasillo, justo delante de la puerta de la salita, a seguir murmurando. Cuando ya no he podido más, me he levantado y he ido en dirección a mi habitación para aporrearme la cabeza contra las grietas, y de camino me ha dicho: "no te irás a duchar ahora, ¿no?".
Nota: mi abuela materna me obligaba a limpiarme el culo con papel de periódico para no gastar papel higiénico. Ese es otro de mis traumas más profundos. Jamás tendré hijos para no tener que ser abuela.
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