Después de perder 3 meses de mi vida con "Orgullo y prejuicio" (lo siento, pero es que me ha costado la vida acabarlo), hoy he comenzado el que presiento será un gran libro: "Nosotras que no somos como las demás", de Lucía Etxebarría. Ya me he leído varios de esta mujer ("Amor, curiosidad, prozac y dudas", "Una historia de amor como otra cualquiera" y "Beatriz y los cuerpos celestes", aunque este último tengo que releerlo, que hace mucho de eso) y, sólo después de comenzar a leer el prólogo ya estoy pensando en comprarme más (de hecho, ya tengo esperando "De todo lo visible y lo invisible").
El prólogo es esa parte al comienzo de los libros que normalmente todo el mundo se salta. Y la verdad, reconozco que algunos hay que saltárselos para no morir en el intento. Sin embargo, de vez en cuando encuentras alguno que, sin proponérselo, te revela cosas sobre ti misma que ni siquiera tú sabías. Eso es lo que me ha pasado al comenzar el prólogo de este libro.
Probablemente vaya a la cárcel por publicar este post, o aparezca la Sinde con el Mamoncín montados en sus escobas "sgaedoras" para pedirme un canon, pero mientras lo hacen o no lo hacen, disfrutad de este fragmento (nota: el libro es de 1999, así que puede que los datos no sean iguales a los actuales):
[...]
Cada niño o niña en el mundo nace y crece integrado en una cultura particular y desde el momento de su nacimiento las costumbres en las que ha nacido configuran su experiencia y comportamiento. Las personas se preocupan por socializar a sus hijos desde pequeños en una conducta aceptable para el grupo. Pero algunas culturas desarrollan costumbres que llegan a ser muy perjudiciales para sus miembros, de forma que, a veces, un rasgo cultural que fue valioso en un momento anterior de la historia del grupo se va elaborando y reproduciendo hasta que llega a ser socialmente contraproducente. Es lo que se conoce en antropología como elaboración asocial de un rasgo cultural.
En cualquier momento de la historia los intentos de cuestionar las formas tradicionales de hacer y pensar son recibidos con desprecio y/o animadversión. Es normal que en los momentos de cambio cultural las conductas que no se adecuan a las expectativas tradicionales puedan crear confusión e incomodidad. Aunque las conexiones entre los roles que adoptamos y nuestra identidad sexual -lo que sentimos que significa ser hombre o mujer- sean arbitrarias, se nos ha condicionado para que creamos que están inextricablemente unidas. Cuando cuestionamos la validez de estas conexiones rebasamos los límites de lo socialmente aceptable y nos damos de narices con la desaprobación. Lógico.
[...] Pero cuando ciertos hechos dejan de darse por supuestos y se examinan a la luz de una mentalidad crítica, el resultado de confrontar los esquemas mentales heredados con la realidad dará lugar a un replanteamiento de los aspectos profundos del pensamiento social, [...]. El cuestionamiento de las creencias, valores y formas de actuación que se han dado por buenos durante mucho tiempo supone una amenaza para la identidad y la autoestima de muchas personas, situándolas a la defensiva.
Los planteamientos y reivindicaciones del movimiento feminista [...], esto es, las reivindicaciones de una serie de mujeres que han crecido en una sociedad que ya asume, teóricamente pero no en la práctica, la igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres, constituyen un ejemplo de un universo mental puesto en entredicho tras examinar una realidad que se daba por hecho. De esta manera algunas mujeres no nos conformamos con trabajos infravalorados, infrapagados o no pagados en absoluto. Algunas mujeres estamos hartas de que nuestro aspecto importe más que nuestras acciones. Algunas mujeres no admitimos que nos llamen ninfómanas si demostramos nuestros intereses sexuales o lesbianas cuando reclamamos nuestro derecho a no satisfacer por imposición los de otros. A algunas mujeres no nos gusta que se cuestione nuestra decisión de vivir solas aduciendo que hemos sido incapaces de encontrar un hombre de verdad. Algunas mujeres reclamamos salarios iguales y guarderías subvencionadas.
Hombres y mujeres vivimos experiencias en parte idénticas y en parte distintas, y nuestra visión del mundo, desgraciadamente, está condicionada a ser diferente en función de nuestro género. A los que opinen lo contrario les recordaré que en la empresa española un 2% de los ejecutivos de alto nivel y un 99% de las secretarias son mujeres, que en la Real Academia de la Lengua Española hay 45 académicos y una académica, que en Europa hay 57 ministras y 515 ministros, que el 20% de las mujeres en España sufren habitualmente malos tratos por parte de sus compañeros sentimentales, que de entre las diez mil mujeres que trabajan en nuestro Ministerio de Hacienda sólo dos asumen responsabilidades de director general, y que un aterrador 25% de las españolas han sido violadas o han sufrido un intento de violación.
Algunas mujeres no nos sentimos a gusto en este estado de cosas. Esto no quiere decir que no nos gusten los hombres. Tenemos o hemos tenido padres, hermanos y amantes hombres, a los que queremos y respetamos. Simplemente reivindicamos un orden social más equitativo que redundaría en beneficio de todo el sistema, no sólo en el nuestro propio. [...]
Algunas mujeres protestamos.
Y a estas mujeres está dedicado este libro.
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