martes, 9 de septiembre de 2014

El cielo es el límite

O eso pensaba yo, hasta que hace unos días (llamémoslos X), tuve el escarceo más inesperado de toda mi (no muy) santa vida. Normalmente no cuento cosas muy explícitas, pero me vais a permitir que comente esto algo por encima.

¿Sabéis esas personas a las que consideráis algo así como seres etéreos que deberían ser Patrimonio de la Humanidad por lo bellos que os parecen en todos los sentidos? ¿Personas que no solo son enormemente atractivas, sino que además son agradables, simpáticas, divertidas y todos los demás adjetivos positivos que se os ocurran? Pues esa era (y sigue siendo) mi opinión respecto a esta persona. Obviamente es algo subjetivo, claro está, pero intento que os pongáis en mi pellejo.

Aunque nos conocemos desde hace algunos años, jamás se me había pasado por la cabeza la idea de... nada. Bueno, a ver, todos somos humanos y tenemos fantasías, pero nada más allá de «¿te imaginas si...?». En parte creo que por eso he disfrutado tanto todas las veces que hemos estado por ahí de cervezas, porque al no ser un objetivo, no hay tensión, solo admiración. Por eso no me resultó raro quedarme a solas con él, beber hasta decir basta ni empezar lo que para mí era un contacto físico fruto de la confianza y no del tonteo. De verdad que no. Tampoco le di ninguna importancia a que no me dejase irme de su casa cada vez que me levantaba para intentar llegar a la mía, solo pensaba que tenía más ganas de fiesta y que no veas qué aguante. Ni a que las conversaciones fueran derivando, porque no era nada de lo que no hubiéramos hablado en grupo mucho antes. Ni a que me pusiera las piernas encima para que no me levantase y acabase buscándole las cosquillas, porque a quién no le gusta un poco de sobeteo. Ni a que me acabase agarrando para sentarme encima de él, porque total, con el poco equilibrio que yo tengo y lo torpe que soy, seguro que estuve a punto de caerme y ni me di cuenta. Solo cuando me besó fue cuando mi cerebro me dijo: «uy, ¿qué es esto? Se habrá equivocado, pobretico, qué pedal debe llevar». Porque, señores, eso fue exactamente lo que pensé.

Después de eso me quedé un poco parada, se rió y me dijo que si ya no tenía tantas ganas de irme. Sinceramente, no sé ni qué contesté, porque mi nivel de confusión era mayúsculo. Así que nada, llenamos las copas y el resto me lo guardo para mí en ese rinconcito especial donde atesoras las mejores sorpresas de tu vida.

No hemos vuelto a vernos, ya coincidiremos en algún momento dentro de algún tiempo y todo seguirá igual, estoy segura. Sigo pensando que es una persona increíble y que todas las mujeres del mundo (y quizá algunos hombres) deberían tener la oportunidad de pasar una noche con él, así que, con vuestro permiso, voy a seguir sintiéndome enormemente afortunada y a asumir que mi nivel de molamiento ha experimentado un ascenso meteórico que, si bien no tardará en empezar a caer, al menos le ha puesto un broche de oro a mi verano.