domingo, 9 de noviembre de 2014

Er niño. Primera parte.

[DISCLAIMER: este post es ñoño, muy ñoño; probablemente, el más ñoño que este blog ha visto hasta la fecha. Si tenéis problemas de hiperglucemia, no sigáis].

Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Esto es así. Pero si, encima, tu amigo (o amiga, en este caso) te conoce mejor que nadie en el mundo porque tiene la rara habilidad de leerte el pensamiento, el corazón, los ojos y todo lo legible, el tesoro pasa a ser el primer premio de la lotería. De repente, tu amiga decide casarse, cosa que te agrada enormemente porque sabes que no va a ser una boda cualquiera, porque ellos no son una pareja cualquiera y porque la gente que va a asistir tampoco va a ser, ni de lejos, gente cualquiera. Así que nada, allá que vas tú dispuesta a pasar unos días de fiesta y risa en compañía de personas muy especiales y a las que adoras y lejos de toda la basura emocional que te rodea en tu entorno.

Luego está «el temita». Ya sabéis, lo típico de «¿pues te acuerdas de mi amigo X, este del que te he hablado muchas veces porque blablabla? Pues también viene a la boda y sé que te va a encantar». Y claro, pues tú te ríes porque, en tu condición de soltera empedernida, ya te sabes muy bien la historia esta de que, a cada boda o evento al que vas, siempre haya alguien que te quiere presentar a algún amigo porque seguroqueosgustáis o yaveráscomoteencanta o aprovechatúquepuedes o esquenoentiendoporquésiguessoltera. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce y, si de entre todas las personas del mundo es esta amiga quien te lo dice, es muy probable que tenga razón y que, al menos, te agrade. Otra cosa es pasarse de optimista y pensar que pueda pasar también al revés, pero bueno, en las bodas se bebe mucho y engañar a alguien una noche a base de pedir GinTonics y desplegar encantos no suele ser muy difícil si no hay mucha competencia.

La noche previa a la boda quedamos todos para ponernos al día, esto es, los novios, los que venían de un sitio, los que venían de otro, este chico y yo, y todo muy bien. Pensé: «pues es muy mono, la verdad, y encima con pelazo, ¿qué más se puede pedir?», y al día siguiente, día de la boda, nos fuimos de vinos a mediodía mientras los demás se iban reagrupando. Era la primera vez que nos veíamos a solas y yo pensaba: «bueno, si nos llevamos bien, igual esta noche podemos pasar un buen rato». Pero claro, no contaba con que nos pudiéramos llevar tan bien. Enseguida salieron todos los temas que pueden resultar más peliagudos: política, sociedad, cultura... y todo muy bien. Más vinos, más croquetas, más gente y, por fin, la boda.

Al principio, todo muy loco, muchas prisas, mucho estrés: que este no llega, que me falta la otra, que haz fotos, que cómo se va aquí y cómo se va allí... Apenas tenía tiempo de centrarme en lo obvio, así que tuve que conformarme con observarlo desde la barrera e ir pensando que cada vez me gustaba más. Curiosamente (aunque ya no lo veo tan curioso), siempre acabábamos juntos o, al menos, cerca, y cuando más tiempo pasaba, más rara era la sensación de que... de que estaba todo hecho. Suena creído, pero es la verdad. Me daba igual no estar hablando con él o que lo hiciese con otras personas porque, en el fondo, tenía la impresión de que ya no importaba.

Mientras tanto, mi amiga lotería no había dejado nada al azar y lo había dispuesto todo para que, durante la cena, nos sentáramos prácticamente uno frente al otro. De vez en cuando lo observaba a hurtadillas mientras hablaba con otra gente y, cuando me pillaba haciéndolo, abría mucho los ojos, como sorprendido, y me aguantaba la mirada hasta que uno de los dos cedía. Todo muy sutil, o eso pensaba yo, aunque por lo visto no lo fue tanto. También la novia me hablaba con la mirada, que en eso ella y yo nos entendemos a la perfección, y me decía cosas como: «aaay, que te pillado, que te crees que no me estoy dando cuenta de todo y te huelo a la legua». Lo dicho, todo muy sutil, como es normal en mí. Ja, ja, ja.

Llegan la fiesta, los bailes, la música, las fotos, el karaoke, las copas... Cada vez te acercas más, ya no hay necesidad de esconderse, pero tampoco necesitas que pase nada, lo cual es bastante extraño en mí. Llegan los roces casuales, los no casuales, las manos que se apoyan en un hombro o las que te rodean la cintura. No hace falta más. Es curioso porque, en otras circunstancias, me lo habría llevado a la calle, al baño o a cualquier sitio y habría dejado muy clara mi postura, pero algo me decía que, esta vez, no era la forma.

Fin de fiesta, toca volver al hostal. Subimos al autobús y todavía me pregunto si se sentará conmigo, que una tiene sus intuiciones, pero también sus inseguridades. Entendedme, no estoy acostumbrada a que los niños que me gustan de verdad me hagan caso salvo en contadas ocasiones que, además, no suelen acabar muy bien para mí, y dado que este niño era algo especial, no las tenía todas conmigo. Pero sí, se sentó. Se sentó y, notar constantemente su cuerpo a mi lado, me volvía loca. La gente no paraba de hablarnos y yo pensaba: «callaros todos, no nos habléis, dejadnos en paz, no puedo más». Entonces, y para mi sorpresa, me sorprendí haciendo algo que no hacía desde... ni lo sé; en realidad, ni siquiera sé si lo he hecho voluntariamente alguna vez porque casi todos los chicos con los que he estado han sido reacios a ello: sin ni siquiera pensarlo, le cogí la mano. Así, sin más, con toda la infantilidad y las enormes posibilidades de que te tachen de loca que eso conlleva. No me salía otra cosa, quería cogerle la mano. Y, al parecer, él también, porque me miró con unos ojos de nuevo muy abiertos y con una intensidad con la que poca gente me ha mirado nunca. Y así seguimos, jugando a entrelazar los dedos hasta que, por fin, en el mundo a nuestro alrededor se hizo el silencio y pudimos concentrarnos en nosotros.

Decir que nos besamos sería decir poco, pero de cara al exterior fue eso lo que hicimos. Nos besamos como los adolescentes que se besan por primera vez y como las parejas que llevan 20 años haciéndolo y conocen cada movimiento y cada roce de los labios del otro, todo a la vez. Nos besamos con ternura, con ansia y con sorpresa. Nos besamos hasta llegar a Málaga, nos besamos al bajar del autobús, nos besamos hasta perder al resto del grupo, nos besamos en cada calle, portal, persiana, muro o rincón que encontramos desde la Alameda hasta el hostal. La gente nos decía cosas, pero apenas los oíamos. Qué más daba. La conexión ya había saltado, ya no había vuelta atrás. Nos separamos un segundo para mirarnos y me preguntó: «Pero ¿quién eres tú? ¿De dónde has salido? ¿Dónde has estado?», y me di cuenta de que yo podría hacerle las mismas preguntas pero que, en realidad, me daban igual las respuestas. Todo lo vivido hasta entonces había merecido la pena solo por ese momento.

Por fin llegamos al hostal, aunque tardamos otra eternidad en subir. Ya en mi habitación me quitó el collar que llevaba con tanta delicadeza que casi lloro. Nos besamos durante horas, días o minutos, no lo sé, hasta que se hizo de día, y todavía seguimos haciéndolo después. Dormimos y nos besábamos durmiendo. Despertamos y nos besábamos. Desayunamos y nos besábamos. Nos besayunábamos, como dicen los poetas. Sabíamos que nos quedaban muy pocas horas y había que aprovecharlas.

Finalmente llegó la hora de hacer las maletas y dejar el hostal. Lo acompañé a la estación de metro sin saber muy bien qué vendría ahora, qué se supone que debía hacer. Me dijo que en Barcelona hay un sitio muy poco conocido y que seguro que nunca había oído hablar de él llamado «La Sagrada Familia» que, si bien sigue sin terminar, de vez en cuando le ponen una nueva piedra y es obligatorio ir a verla. Me dijo que debería ir cuanto antes, que no podía perderme eso, y no pude hacer otra cosa que reírme. Barcelona, la ciudad que me rompió el corazón, me daba otra oportunidad. ¿Estaría dispuesta a aprovecharla?

Hoy hace 8 días que lo dejé en aquella estación de metro y dentro de dos más sale mi vuelo. Esta semana ha sido una de las mejores de mi vida y no cambiaría cada mensaje, llamada ni correo por nada del mundo. No sé lo que pasará cuando aterrice ni cuando vuelva. No sé si saldrá bien, mal o fatal. No sé si nos romperemos el corazón o si nos curaremos las heridas el uno al otro. Al principio no quería escribir nada hasta saber a dónde lleva esto, pero después pensé que debía hacerlo; así, si sale bien, siempre podré decir que «yo ya lo sabía» y que la magia, esa magia que yo busco, existe, y si sale mal, tendré esto para recordarme que no podíamos saberlo, que no ha sido culpa de nadie y que, al menos, el camino vivido, ha merecido la pena. Un buen recuerdo, supongo. O no. La verdad es que no lo sé, aunque tengo la sensación de que podría ser el fin del camino. O, como me decía la otra noche una amiga, «al menos, de momento». Así siempre dejas una puerta psicológica abierta por la que poder huir si las cosas se desmoronan.

Pero no quiero que el final de este post refleje eso y de ahí el título que le he dado, «primera parte», porque si la segunda resulta ser triste y dramática, no quiero que enturbie la historia vivida hasta ahora. Ahora mismo todo es pura ilusión, alegría y, por qué no decirlo, amor. Me paso el día con la lágrima saltada de pura felicidad. Se me olvida comer, dormir y, a veces, hasta respirar. La cuenta atrás hasta el día del vuelo está siendo un infierno, pero la recompensa que creo que nos espera hace que valga la pena. Y poco más.

Deseadme mucha suerte, que creo que, después de tantas heridas y tanto drama, ya me va tocando disfrutar un poco con alguien que no quiera cambiarme, que le guste tal y como soy, que me cuide y, sobre todo, me respete. Y, hasta el momento, «er niño» parece saberse el manual a la perfección.

Let the love begin, bitches!

lunes, 20 de octubre de 2014

Feminismo

Después de este fin de semana me veo en la obligación de mojarme más de la cuenta y decir que, para mí, el feminismo no es meter en cada frase el "todas y todos" o el "compañeras y compañeros", como tampoco lo es obligar a que tenga que haber una cuota de X mujeres por cada X hombres para hacer algo y que, si no las hay, no se haga. Tampoco lo es que salga un hombre a hablar y diga "porque nosotras pensamos", incluyéndose en el femenino, ni que otro chico tenga que dejar de hacer algo que quiere y le gusta para cederle su puesto a una chica que a lo mejor, y solo a lo mejor, no quiere hacerlo.

Tampoco creo que el feminismo sea exigir una paridad absoluta en todo ni aceptar la discriminación positiva como algo bueno, ya que no deja de ser eso: una discriminación. Ni siquiera creo que el feminismo sea adoptar una postura sexualmente agresiva en la cama para dejar claro que no te pueden someter de ninguna forma.

Para mí, el feminismo es denunciar a esa empresa que larga a tu amiga por quedarse embarazada o a ese entrevistador que te pregunta si tienes pareja estable y si piensas tener hijos algún día. Feminismo es no ponerte camisetas de Playboy, darle puerta a ese chico que te dice que si no te lo depilas como si tuvieras 10 años no te lo come o ponerte un escote y pintarte los labios de rojo porque "still not asking for it". Feminismo es actuar con normalidad, viviendo y dejando vivir. Feminismo es emprender medidas contra quienes infravaloran a las mujeres solo por serlo y no porque sean mejores o peores empleadas o personas. Feminismo no es defender que seamos todos iguales: es actuar con la convicción de que lo somos.

Por eso no hay que confundir machismo o feminismo con educación: que te sujeten la puerta cuando vas cargada no es machismo, es educación; rechazar que te la aguanten aunque eso haga que se te caiga todo al suelo no es feminismo, es estupidez. Que te inviten a cenar no es machismo, es cariño; no dejar que te inviten nunca a cenar no es feminismo, es cabezonería, y dejar que te inviten siempre a todo es de aprovechados.

Ya me quedo más tranquila. Los abucheos, en los comentarios. Y por favor: nunca, NUNCA, utilicéis la "@" como letra inclusiva. Nunca. ¡Ni siquiera es una letra!

lunes, 13 de octubre de 2014

No sé qué título darle, así que dejémoslo en «otra reflexión más de la pesada esta»

Hoy, contando a las Pechos que he decidido poner fin a algo antes de que se me fuese de las manos por el cariz que estaban tomando las cosas y porque basta de repetir los mismos errores y de tener que curar las mismas heridas y de sentirse como una mierda y total, lo mismo de siempre y siempre para nada, una de ellas me ha comentado que conmigo siempre tiene la impresión de que no lo cuento todo, y me ha dado que pensar. Lo cierto es que verdad. Nunca le cuento la historia completa a nadie, solo partes aquí y allá, en parte porque no sé resumir bien y, aunque no lo parezca, no me gusta hablar mucho de mí porque no me gusta aburrir y, en parte, porque para poder comprender los motivos de muchas de las cosas que hago o pienso tendría que contar cosas sobre mí que no sé si quiero que la gente sepa. Básicamente, compartimento tanto la información que a veces es normal que nadie entienda nada y pase un poco por loca, lo cual tampoco es que esté muy alejado de la realidad. Es como aplicar el «cut-up» de Burroughs, pero en versión cutre. ;)

En fin, solo eso. Y que qué pena lo otro, pero estoy segura de que, cuando se me pase, me lo agradeceré a mí misma. O no, como siempre.

martes, 9 de septiembre de 2014

El cielo es el límite

O eso pensaba yo, hasta que hace unos días (llamémoslos X), tuve el escarceo más inesperado de toda mi (no muy) santa vida. Normalmente no cuento cosas muy explícitas, pero me vais a permitir que comente esto algo por encima.

¿Sabéis esas personas a las que consideráis algo así como seres etéreos que deberían ser Patrimonio de la Humanidad por lo bellos que os parecen en todos los sentidos? ¿Personas que no solo son enormemente atractivas, sino que además son agradables, simpáticas, divertidas y todos los demás adjetivos positivos que se os ocurran? Pues esa era (y sigue siendo) mi opinión respecto a esta persona. Obviamente es algo subjetivo, claro está, pero intento que os pongáis en mi pellejo.

Aunque nos conocemos desde hace algunos años, jamás se me había pasado por la cabeza la idea de... nada. Bueno, a ver, todos somos humanos y tenemos fantasías, pero nada más allá de «¿te imaginas si...?». En parte creo que por eso he disfrutado tanto todas las veces que hemos estado por ahí de cervezas, porque al no ser un objetivo, no hay tensión, solo admiración. Por eso no me resultó raro quedarme a solas con él, beber hasta decir basta ni empezar lo que para mí era un contacto físico fruto de la confianza y no del tonteo. De verdad que no. Tampoco le di ninguna importancia a que no me dejase irme de su casa cada vez que me levantaba para intentar llegar a la mía, solo pensaba que tenía más ganas de fiesta y que no veas qué aguante. Ni a que las conversaciones fueran derivando, porque no era nada de lo que no hubiéramos hablado en grupo mucho antes. Ni a que me pusiera las piernas encima para que no me levantase y acabase buscándole las cosquillas, porque a quién no le gusta un poco de sobeteo. Ni a que me acabase agarrando para sentarme encima de él, porque total, con el poco equilibrio que yo tengo y lo torpe que soy, seguro que estuve a punto de caerme y ni me di cuenta. Solo cuando me besó fue cuando mi cerebro me dijo: «uy, ¿qué es esto? Se habrá equivocado, pobretico, qué pedal debe llevar». Porque, señores, eso fue exactamente lo que pensé.

Después de eso me quedé un poco parada, se rió y me dijo que si ya no tenía tantas ganas de irme. Sinceramente, no sé ni qué contesté, porque mi nivel de confusión era mayúsculo. Así que nada, llenamos las copas y el resto me lo guardo para mí en ese rinconcito especial donde atesoras las mejores sorpresas de tu vida.

No hemos vuelto a vernos, ya coincidiremos en algún momento dentro de algún tiempo y todo seguirá igual, estoy segura. Sigo pensando que es una persona increíble y que todas las mujeres del mundo (y quizá algunos hombres) deberían tener la oportunidad de pasar una noche con él, así que, con vuestro permiso, voy a seguir sintiéndome enormemente afortunada y a asumir que mi nivel de molamiento ha experimentado un ascenso meteórico que, si bien no tardará en empezar a caer, al menos le ha puesto un broche de oro a mi verano.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Aura limpia, aura feliz

Este año, para celebrar mi cumpleaños, decidí seguir la «tradición» que empecé el año pasado de irme a pasar el día a la playa, solo que esta vez en vez de uno fueron 3 y en vez de a Salobreña me fui al Barronal, una fantástica playa nudista de Almería. El caso es que allí conocí a un señor naturista que, si bien estaba un poco zumbado, se le veía bastante feliz. Este señor me contaba que llevaba años viniendo a esa playa porque era un rincón muy especial del mundo, de esos que te recargan las pilas, te quitan todo lo malo y te llenan de energía de positiva. Bueno, esto es con mis palabras, que con las suyas más bien «te limpia el aura y te la deja llena de colores brillantes y bonitos». Me contaba que lo había comprobado porque todos los años, antes de venir y al volver a casa se hacía una foto de su aura y la diferencia era pasmosa. En fin.

El caso es que, aura o no aura, los días que pasé allí sola conmigo misma me sirvieron para reflexionar mucho sobre todo y, sin apenas darme cuenta, me he liberado de un montón de lastre que llevaba por ahí enganchado. Todo esto se está reflejando muy poquito a poco en un montón de cosas nuevas que agosto me está regalando: nuevas actividades e inquietudes, conciertos, paseos, amigos «coloridos» con los que retomas cierto contacto, regalos estupendos (novelas gráficas, barras de labios, fotos, postales, frikadillas de Doctor Who o Star Trek...) y, sobre todo, gente nueva. Más concretamente, hombres nuevos salidos prácticamente de la nada que, de repente, te proponen actividades que te encantan o te acompañan a otras en las que coincidís por determinados intereses. Y lo mejor de estos es que, si bien es cierto que alguno que otro me hace su «tilín», eso no es lo importante. No me malinterpretéis, a todos nos gusta un rollete o un «lo que surja», pero ¿y qué más da que no pase? Lo único que quiero ahora son cambios, movimiento, alegría y nuevas experiencias. Necesito romper el círculo de la rutina de #pueblitobueno y encontrar cosas que me inspiren y me ayuden a encontrar mi sitio aquí. Y oye, si por el camino aparece algún voluntario con ganas de complicarme un poco la vida, que me acompañe un finde a limpiarnos el aura y, después, hablamos. O no. ;)

jueves, 7 de agosto de 2014

¿Amigo... o enemigo?


De repente, después de tantos años, aquello que yo pensaba que nunca dejaría de ser mi pilar especial, mi puerto seguro al que volver siempre, ha dejado de ser tan seguro y, lo que es peor, no sé si alguna vez lo ha sido. Este baluarte de seguridad emocional no es otro que Los Amigos, así, en cursiva y mayúscula; los amigos como ente único e indivisible, como grupo, como sentimiento. Y es que, después de ver ciertas cosas, no puedo evitar hacerme las preguntas del millón: ¿qué es realmente un amigo? ¿Cómo sabes que alguien lo es? ¿Qué lo distingue de un mero colega, conocido o acompañante? Porque, veréis, no creo que sea tan simple. ¿O sí?

Para mí, un amigo debería ser alguien que te conoce, y no me refiero a saber si te gusta más el azul o el verde, que también, sino que con mirarte a los ojos sabe cómo te sientes y por qué, alguien que no necesite que le digas qué te pasa porque ya lo sabe y, sobre todo, alguien que no te hace daño, no te cambia según cambie el viento, no ignora tus gritos de socorro ni, por ejemplo, pasa de felicitarte por tu cumpleaños. ¿Mi concepto de amistad es demasiado «corazones y unicornios»? Puede ser; al fin y al cabo me he criado con Friends y Sexo en Nueva York, como aquel que dice, pero no sé.

No se trata de hacer una criba ni nada por el estilo. Soy plenamente consciente de que tengo muchos y grandes amigos repartidos por todo el mundo y que puedo contar con ellos para muchas más cosas de las que creo, pero volver a tu puerto seguro y darte cuenta de se hunde es una sensación muy dura. Quedan escollos a los que agarrarse, claro, pero no puedo evitar preguntarme si realmente ese puerto ha estado realmente siempre ahí o si solo ha sido producto de mi imaginación o mi necesidad, y esa duda es la que me carcome. ¿Será cosa de la edad? ¿Será que con los años las definiciones cambian? ¿Lo que es un amigo a los 15 no es lo mismo que un amigo a los 40? ¿O será que quien ha cambiado soy yo?

El caso es que, de repente, en unos pocos meses, todo mi mundo se tambalea y no sé si dejarlo caer del todo y construirme uno nuevo o intentar rescatarlo, a un alto precio emocional y sin garantías. Aunque claro, ¿qué las ofrece?


martes, 5 de agosto de 2014

Karma eres y en karma te convertirás

Últimamente tengo la sensación de ser poco más o menos que una zorra desalmada. Bueno, igual no tanto, pero un poco sí, y es que, aunque a veces me quejo de la poca suerte que tengo en los temas del corazón (negaré haber dicho esto), la verdad es que parece que yo tampoco reparto mucha. En lo que va de año (y me temo que aún no se ha acabado) creo que he hecho daño a algunas personas a las que quiero muchísimo, pero por desgracia, no de la misma forma que ellas a mí. No me refiero a hacer daño a mala sangre, que creo (y corregidme si me equivoco) que no es mi estilo, pero cuando no puedes corresponder a alguien de la forma en que espera, ¿qué vas a hacer si no? Y esto lo sé porque normalmente soy yo la que está al otro lado, escuchando el «solo como amigos». ¿Os imagináis poder escoger de quién te enamoras? Sería todo tan sencillo, equilibrado e indoloro... No me malinterpretéis, soy una optimista incurable porque hace muchos años que escogí ese camino como método de supervivencia; solo digo que, a veces, me gustaría que las cosas fueran más fáciles. Ojalá pudiera hacer algo para ahorrar algunos malos tragos, pero supongo que ahí reside el espíritu del karma, ¿no? Recibes lo que das, das lo que recibes... Aunque qué fue antes, ¿el huevo o la gallina?

Y poco más.

jueves, 22 de mayo de 2014

Ains

Los que me seguís en Twitter o tenéis la dudosa suerte de tenerme como contacto en Facebook sabéis que una de mis palabras preferidas para expresar mi estado de ánimo es «Ains».

Hoy es un día muy «ains». Un amigo me ha preguntado que cuál es el problema y le he contestado que pienso demasiado. ¿Nunca habéis tenido esa sensación? Porque a mí me pasa constantemente y, además, me cansa mucho. ¿Os habéis dado cuenta de la cantidad de cosas en las que hay que pensar todos y cada uno de los días que vivimos?

En el escaso medio minuto que he tardado en responderle se me han venido a la cabeza tantas de las cosas que llevo todo el día pensando en segundo plano que el verlas escritas me ha agobiado: que si los amigos (volver a un sitio nunca es fácil, siempre hay cosas que pulir y rutinas que recuperar, noticias que cambian sus vidas y, de paso, las tuyas, amistades que definir, relaciones que mejorar, otras que enterrar...), salud (que si me ha salido esto, que si debería mirarme lo otro, que si tengo que encontrar un deporte que me guste, que si hace años que no voy al ginecólogo, que si debería mirarme la piel), dinero (notengonotengonotengo y además nunca tendré el que necesito para vivir como me gustaría, viajando de aquí para allá sin pensar en si llego o no a final de mes), amor (por qué tengo que ir siempre a por lo más difícil, por qué no hago como la gente común, pongo los pies en el suelo y acepto a las personas tan maravillosas que quieren estar conmigo, por qué sigo buscando esa magia que nunca llega, que si lo hace, no dura y que, cuando acaba, te hunde en la mayor de las miserias, por qué no soy capaz de cerrar este cuento de nunca acabar, por qué siempre acabo cayendo en esta historia que no tiene ningún buen final para mí), el sexo (sin comentarios, porque para qué), el trabajo (¿me estabilizaré alguna vez? ¿Esto va a ser así siempre? ¿Cómo lo hace la gente para pagar una hipoteca si yo no puedo pagar ni un alquiler de menos de 300 €? ¿Debería cambiar de oficio aunque sea esto lo que me gusta?), la familia (por qué tengo siempre esta incómoda sensación de estar molestando, de que nunca me querrán como yo necesito, por qué la única persona que intenta darme eso es precisamente la única que no quiero que lo haga), los clientes (por qué serán algunos tan hijosdeputa, por qué le cuesta tanto a la gente hacer bien su trabajo), la política (¿seguro que debo votar a estos? ¿Y si me equivoco? ¿Se volverán como el resto si alguna vez llegan al poder? ¿Habrá un partido «mejor» al que votar? ¿Por qué no soy capaz de retener la información que leo en los programas o la prensa? ¿Por qué ya no hay políticos honrados? ¿Es porque, simplemente, no queda gente honrada? ¿Por qué nos tratan así?), o mi forma de actuar con unos y con otros (¿quién soy yo realmente? ¿Por qué actúo de formas tan distintas según con quién esté? ¿Soy la suma de todas esas caras?). Podría estar escribiendo hasta mañana.

Y estas son algunas de las cosas que encierra solo la «a» de mis «Ains». Algunas veces son más concretos, claro que sí, pero por ahí suelen ir los tiros. Y pasarte el día dándole vueltas a todo hace que, cuando intento hablar de un tema, no pueda terminar las frases y me quede callada como una pánfila; no porque no tenga nada que decir (con lo que me gusta hablar), sino porque son tantas las cosas, opciones e ideas que debo tener en cuenta para expresar una opinión que me supera la avalancha de pensamientos y opto por callarme. Y lo peor (porque aún puede ser peor) es que esto es solo la punta del alfiler.

¿Debería buscarme un terapeuta? ¿La Seguridad Social te cubre las enfermedades existenciales?

miércoles, 21 de mayo de 2014

Ya lo decía Platero



¿Sabéis cuando el simple roce del menor vello del cuerpo de una persona te hace olvidar meses de terapia? Seguro que sí, aunque no es de eso de lo que quería hablar. En realidad no quería hablar de nada, solo pensar en voz alta y ya está todo dicho.

Por cierto, creo que soy un imán del mal tiempo. Llegué a Grecia y, a los días, empezaron la lluvia y el frío que duraron todo el tiempo que estuve allí, con algún día bueno aislado. Llegué a Berlín y lo mismo, los primeros días muy bien y después otra vez lluvia y días grises hasta que me fui, y ahora que estoy de nuevo en Granada, más de lo mismo: llego y todo es perfecto: pleno verano, sandalias, terrazas, sol, etc. Cuatro o cinco días después vuelven el frío, la lluvia y el viento. What's wrong with me? Seguro que cuando me vaya un par de semanas a Portugal me pasará lo mismo. Al menos ya sé qué echar en la maleta...

Y nada, que la vida sigue igual. Solo cambian el idioma en que voy a al súper y el desgaste emocional que yo misma me genero. Bueno, y que aquí hago más cosas "a diario": un día vas al cine, otro a tomarte unas cervezas, otro a dar un paseo por el campito, otro a una conferencia, otro te quedas currando, otro te vas de excursión con cualquier amigo a cualquier sitio... La verdad es que, en ese aspecto, la vida aquí es más fácil, más plena. En ese aspecto.


miércoles, 7 de mayo de 2014

El turquito de los Snickers

Cuando llegué al piso de mi hermana, lo primero de lo que me advirtieron fue de que intentara no hacer mucho ruido en el suelo porque el vecino de abajo, un señor turquito raro que vive con su señora turquita que jamás sale de casa, solía subir a quejarse en cuanto alguien pisaba una tabla del suelo con más fuerza de la cuenta. Me contaron un par de anécdotas, flipé un poco y decidí que el señor turquito era francamente raro y un poco malvado.

Una de las primeras cosas que me llamó la atención de este señor es que su señora siempre dejaba los zapatos fuera de casa. Digo su señora porque los zapatos eran diminutos, dignos del pie de Cenicienta, hasta que un día se lo comenté a mi hermana y, después de reírse un rato, me dijo que el de los pies enanos era él. Unos días después me lo encontré por la escalera y, efectivamente, los llevaba puestos.

El caso es que, de repente, empecé a encontrármelo casi cada vez que salía o entraba del edificio, y mira que yo no soy muy de salir. Finalmente, ayer me lo encontré como unas tres veces, la última de ellas cuando ambos volvíamos a casa cansados y hastiados de la vida. Le abrí la puerta muy amablemente y le dejé pasar primero, que como además está medio cojo le cuesta un poco andar. Comenzamos a subir las escaleras y, al llegar a un rellano, de repente se para en mitad, mete la mano en una bolsa, saca un Snicker y me lo da mientras me sonríe y me dice en alemán: "que tengas una buena noche". A mí la tontería me hizo mucha ilusión porque todos los que habéis vivido en Alemania sabéis lo difícil que es crear el más mínimo lazo con un vecino, pero mira, ahí estaba, el señor turco malvado de los pies enanos regalándome una chocolatina por saludarlo con una sonrisa siempre que lo veo y por haberle abierto la puerta.

Cuando llegué a mi piso y lo conté, fliparon: que si el turco me quiere dar trastrás, que si es por las curvas, que si no sé qué... Sea por lo que sea, yo me voy un poco más contenta pensando que aún hay esperanza para la humanidad y que, a veces, una sonrisa te abre las puertas más inesperadas.

martes, 6 de mayo de 2014

Actualización: Berlín 2014

Estoy en Berlín desde hace dos meses, concretamente, en casa de mi hermana. Es curioso, sobre todo porque vive en el mismo barrio en el que vivía yo antes y a escasos diez minutos de mi antigua casa, que fue la primera en la que ella vivió cuando llegó a Alemania. En fin, cosas de la vida.

Pero como no podía ser menos, la semana que viene cambio de nuevo de residencia y me vuelvo a España, más que por placer, por obligación, que el vil metal manda y toca replegarse hasta que pase el chaparrón económico. Por cierto, que hoy he escuchado en las noticias algo de que quieren empezar a cobrar por la realización de transferencias internacionales y mire usted, para una única ventaja que tenía como autónoma, hasta eso me van a quitar. En fin, que me caliento.

En estos dos meses no es que haya pasado mucho, la verdad. He conseguido coger distancia emocional de algunas personas, aunque sé que todos mis esfuerzos se esfumarán en el minuto en que tenga que volver a enfrentarme a algunas situaciones, pero bueno. Quizá esta vez sea la definitiva y no sienta la imperiosa necesidad de salir huyendo de todo y de todos en menos de 12 meses. Quizá esta vez aguante 13. Quizá, incluso, hasta 14.

¿Planes? Pues poca cosa. Básicamente, ahorrar para las tres bodas que se presentan este año, dos de las cuales son esperadísimas y mucho más que deseadas. La tercera creo que puede ser muy agradable, aunque aún no he confirmado mi presencia, que dependerá un poco del bolsillo. Fuera de eso, poca cosa. Espero poder escapadas de fin de semana aquí y allá (Madrid, Cádiz y Sevilla son mi prioridad), buscarme algún círculo nuevo de acción por Granada del tipo que sea y no sé, intentar meter algún cambio positivo en mi vida. Ya veremos en qué queda todo eso.

De conclusiones sobre estos meses aún es pronto para hablar, y cuando sea el momento probablemente me habré olvidado de las que quería analizar, así que qué importa. Preguntadme mejor cuando me veáis con una cerveza en la mano.

Ale, a otra cosa.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Fantasmas del pasado

Pronto, en un mes y pico, hará un año de esto. Hoy, buscando algo para un despropósito de persona (la misma que recogió mis cachitos de un aeropuerto cuando volví) he tenido que reabrir una conversación que pensaba que había borrado. De hecho, la había borrado, pero después de hacerlo aún hubo un par de mensajes más y, al abrirla, me he topado de lleno con ellos. Es cierto que aquello está superado, pero eso no quita que no haya pupa debajo de la costra y que, si se rasca lo suficiente, salga a la superficie. En fin, que me he llevado un ¡zas, en toda la boca! del pasado y ya está, no tiene más importancia. Pero bueno, escribirlo siempre desahoga y así parece que pesa menos.

miércoles, 12 de febrero de 2014

El drama del hetero alfa

Os cuento la historia.

El viernes salimos con un compañero de trabajo de Tony, entrenador de rugby, y todo su equipo de jugadores (huelga decir que OHMAIGÓ, a cual más buenorro). Todo muy bien, muy divertido y muchas cervezas. El chico, simpatiquísimo y, como es mitad griego, mitad australiano, podíamos hablar en inglés sin problema. Eso sí, es un superhetero de estos que se pasan la noche hablando de a quién se follarían y a quién no y, además, muy alto, fuerte y petado.

Avanza la noche y el chico cada vez más cariñoso: que si ahora te abrazo, que si te acaricio aquí, que si allí, que si "uy, se me ha escapado la mano"... En fin, lo típico. Tony me insistía en que me lo llevara a casa y yo diciéndole que ni loca, que no tenía el chirri pa farolillos (ya sabéis que mis farolillos son especialitos) y que, aunque es muy simpático y está muy bueno, no es mi estilo. Al final acabamos en un bareto super pequeño con este chico enseñándome a bailar al estilo griego en un despliegue de talentos digno de un pavo real (en serio, muy fuerte todo) que incluían cosas como: "pero toca mis pectorales, verás qué duros" o "mira, dame tu mano, que te voy a enseñar por dónde me partí la pierna". Aham. Bueno. Tony no se acuerda pero, de vez en cuando, me veía la cara de "miiiii madre" intentando esquivar todos los acercamientos raros y se reía. Llega un momento en que asumes que el alcohol ha tomado posesión de la gente, yo incluida, y no le das más importancia a las cosas.

Total, que llega el momento de irnos y pillamos un taxi, nosotros dos detrás y Tony delante. Vamos hablando tan normales y de repente empieza con el "you're so beatiful", "you have such lips", "oh, your eyes" y yo superdigna con el "thanks, but you're drunk and can't think straight". Total, que cuando en un alarde al más puro estilo Hollywood está a punto de abalanzarse contra los "such lips", el taxi se para y nos echan de él porque Tony había tenido un pequeño percance que no gustó mucho al taxista. A partir de ahí, todo drama. No os voy a agobiar con detalles, así que resumo en que cada uno a su casa, el Niño Dios a la de todos y el chico un poco cabreado.

A la mañana siguiente, Tony le escribe para disculparse por lo del taxi y no obtiene respuesta. El domingo lo intenta de nuevo y tampoco. El lunes, tampoco. Total, que el martes, en la ofi, el chico le escribe y atención al drama: que se cabreó y llevaba 3 días sin hablarle porque, además de que nos echaran del taxi, cosa comprensible... "he couldn't get laid". Ahá. Vale. Total, que siguen hablando y Tony, que es un liante y se ha propuesto liarme con quien sea, le pregunta: "bueno, ¿entonces qué te pareció mi amiga?", y su respuesta fue algo así como: "oh, she's very nice, but only as a friend, not that I am interested". Aaaahá.

Y así, amigos, es como un macho hetero alfa soluciona sus "issues". A mí me da bastante igual y estaré encantada de volver a salir tanto con él como con todo su equipo (especialmente con un pelirrojo que a Tony le pareció horrible y cuya barba a lo Erik el Rojo a mí me puso palote), pero si vuelvo a notar una de sus manos sobre mi cuerpo tendré que espetarle un: "sorry, you're very nice, but only as a friend, not that I am interested". Hembra hetero beta style.

Por cierto, estoy en Atenas. Hola.

lunes, 20 de enero de 2014

Coacción social

Coacción social es pasarte media vida escuchando a tus amigos eructar y tirarse pedos como machotes mientras te insisten en que tú deberías hacer lo mismo, que las mujeres estamos siempre con el «ay, que no me escuchen eructar», «ay, no, que yo no hago caca ni me tiro pedos», etc., y que cuando por fin un día lo superas y eructas delante de ellos o les dices que te estás cagando te miren raro. ¡Pero venga ya!

Un secreto: las tías cagamos, eructamos y nos tiramos pedos igual que vosotros. Get over it.