Estoy en Berlín desde hace dos meses, concretamente, en casa de mi hermana. Es curioso, sobre todo porque vive en el mismo barrio en el que vivía yo antes y a escasos diez minutos de mi antigua casa, que fue la primera en la que ella vivió cuando llegó a Alemania. En fin, cosas de la vida.
Pero como no podía ser menos, la semana que viene cambio de nuevo de residencia y me vuelvo a España, más que por placer, por obligación, que el vil metal manda y toca replegarse hasta que pase el chaparrón económico. Por cierto, que hoy he escuchado en las noticias algo de que quieren empezar a cobrar por la realización de transferencias internacionales y mire usted, para una única ventaja que tenía como autónoma, hasta eso me van a quitar. En fin, que me caliento.
En estos dos meses no es que haya pasado mucho, la verdad. He conseguido coger distancia emocional de algunas personas, aunque sé que todos mis esfuerzos se esfumarán en el minuto en que tenga que volver a enfrentarme a algunas situaciones, pero bueno. Quizá esta vez sea la definitiva y no sienta la imperiosa necesidad de salir huyendo de todo y de todos en menos de 12 meses. Quizá esta vez aguante 13. Quizá, incluso, hasta 14.
¿Planes? Pues poca cosa. Básicamente, ahorrar para las tres bodas que se presentan este año, dos de las cuales son esperadísimas y mucho más que deseadas. La tercera creo que puede ser muy agradable, aunque aún no he confirmado mi presencia, que dependerá un poco del bolsillo. Fuera de eso, poca cosa. Espero poder escapadas de fin de semana aquí y allá (Madrid, Cádiz y Sevilla son mi prioridad), buscarme algún círculo nuevo de acción por Granada del tipo que sea y no sé, intentar meter algún cambio positivo en mi vida. Ya veremos en qué queda todo eso.
De conclusiones sobre estos meses aún es pronto para hablar, y cuando sea el momento probablemente me habré olvidado de las que quería analizar, así que qué importa. Preguntadme mejor cuando me veáis con una cerveza en la mano.
Ale, a otra cosa.
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