Cuando llegué al piso de mi hermana, lo primero de lo que me advirtieron fue de que intentara no hacer mucho ruido en el suelo porque el vecino de abajo, un señor turquito raro que vive con su señora turquita que jamás sale de casa, solía subir a quejarse en cuanto alguien pisaba una tabla del suelo con más fuerza de la cuenta. Me contaron un par de anécdotas, flipé un poco y decidí que el señor turquito era francamente raro y un poco malvado.
Una de las primeras cosas que me llamó la atención de este señor es que su señora siempre dejaba los zapatos fuera de casa. Digo su señora porque los zapatos eran diminutos, dignos del pie de Cenicienta, hasta que un día se lo comenté a mi hermana y, después de reírse un rato, me dijo que el de los pies enanos era él. Unos días después me lo encontré por la escalera y, efectivamente, los llevaba puestos.
El caso es que, de repente, empecé a encontrármelo casi cada vez que salía o entraba del edificio, y mira que yo no soy muy de salir. Finalmente, ayer me lo encontré como unas tres veces, la última de ellas cuando ambos volvíamos a casa cansados y hastiados de la vida. Le abrí la puerta muy amablemente y le dejé pasar primero, que como además está medio cojo le cuesta un poco andar. Comenzamos a subir las escaleras y, al llegar a un rellano, de repente se para en mitad, mete la mano en una bolsa, saca un Snicker y me lo da mientras me sonríe y me dice en alemán: "que tengas una buena noche". A mí la tontería me hizo mucha ilusión porque todos los que habéis vivido en Alemania sabéis lo difícil que es crear el más mínimo lazo con un vecino, pero mira, ahí estaba, el señor turco malvado de los pies enanos regalándome una chocolatina por saludarlo con una sonrisa siempre que lo veo y por haberle abierto la puerta.
Cuando llegué a mi piso y lo conté, fliparon: que si el turco me quiere dar trastrás, que si es por las curvas, que si no sé qué... Sea por lo que sea, yo me voy un poco más contenta pensando que aún hay esperanza para la humanidad y que, a veces, una sonrisa te abre las puertas más inesperadas.
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miércoles, 7 de mayo de 2014
martes, 6 de mayo de 2014
Actualización: Berlín 2014
Estoy en Berlín desde hace dos meses, concretamente, en casa de mi hermana. Es curioso, sobre todo porque vive en el mismo barrio en el que vivía yo antes y a escasos diez minutos de mi antigua casa, que fue la primera en la que ella vivió cuando llegó a Alemania. En fin, cosas de la vida.
Pero como no podía ser menos, la semana que viene cambio de nuevo de residencia y me vuelvo a España, más que por placer, por obligación, que el vil metal manda y toca replegarse hasta que pase el chaparrón económico. Por cierto, que hoy he escuchado en las noticias algo de que quieren empezar a cobrar por la realización de transferencias internacionales y mire usted, para una única ventaja que tenía como autónoma, hasta eso me van a quitar. En fin, que me caliento.
En estos dos meses no es que haya pasado mucho, la verdad. He conseguido coger distancia emocional de algunas personas, aunque sé que todos mis esfuerzos se esfumarán en el minuto en que tenga que volver a enfrentarme a algunas situaciones, pero bueno. Quizá esta vez sea la definitiva y no sienta la imperiosa necesidad de salir huyendo de todo y de todos en menos de 12 meses. Quizá esta vez aguante 13. Quizá, incluso, hasta 14.
¿Planes? Pues poca cosa. Básicamente, ahorrar para las tres bodas que se presentan este año, dos de las cuales son esperadísimas y mucho más que deseadas. La tercera creo que puede ser muy agradable, aunque aún no he confirmado mi presencia, que dependerá un poco del bolsillo. Fuera de eso, poca cosa. Espero poder escapadas de fin de semana aquí y allá (Madrid, Cádiz y Sevilla son mi prioridad), buscarme algún círculo nuevo de acción por Granada del tipo que sea y no sé, intentar meter algún cambio positivo en mi vida. Ya veremos en qué queda todo eso.
De conclusiones sobre estos meses aún es pronto para hablar, y cuando sea el momento probablemente me habré olvidado de las que quería analizar, así que qué importa. Preguntadme mejor cuando me veáis con una cerveza en la mano.
Ale, a otra cosa.
Pero como no podía ser menos, la semana que viene cambio de nuevo de residencia y me vuelvo a España, más que por placer, por obligación, que el vil metal manda y toca replegarse hasta que pase el chaparrón económico. Por cierto, que hoy he escuchado en las noticias algo de que quieren empezar a cobrar por la realización de transferencias internacionales y mire usted, para una única ventaja que tenía como autónoma, hasta eso me van a quitar. En fin, que me caliento.
En estos dos meses no es que haya pasado mucho, la verdad. He conseguido coger distancia emocional de algunas personas, aunque sé que todos mis esfuerzos se esfumarán en el minuto en que tenga que volver a enfrentarme a algunas situaciones, pero bueno. Quizá esta vez sea la definitiva y no sienta la imperiosa necesidad de salir huyendo de todo y de todos en menos de 12 meses. Quizá esta vez aguante 13. Quizá, incluso, hasta 14.
¿Planes? Pues poca cosa. Básicamente, ahorrar para las tres bodas que se presentan este año, dos de las cuales son esperadísimas y mucho más que deseadas. La tercera creo que puede ser muy agradable, aunque aún no he confirmado mi presencia, que dependerá un poco del bolsillo. Fuera de eso, poca cosa. Espero poder escapadas de fin de semana aquí y allá (Madrid, Cádiz y Sevilla son mi prioridad), buscarme algún círculo nuevo de acción por Granada del tipo que sea y no sé, intentar meter algún cambio positivo en mi vida. Ya veremos en qué queda todo eso.
De conclusiones sobre estos meses aún es pronto para hablar, y cuando sea el momento probablemente me habré olvidado de las que quería analizar, así que qué importa. Preguntadme mejor cuando me veáis con una cerveza en la mano.
Ale, a otra cosa.
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