Por mucho o poco que me guste, la política forma parte de nuestras vidas: influye en la forma en la que dirigimos nuestro camino, en la que escogemos a nuestros amigos, en la que vestimos y en la que hablamos. Creo que eso es bastante evidente. Sin embargo, creo que no sabemos integrarla correctamente. Es imposible no ver hasta qué punto llega a ser la semilla del odio más puro, pues la Historia tiene multitud de ejemplos al respecto. Pero sin necesidad de irnos a grandes cismas históricos, basta con verlo en nuestras propias familias y círculos de amigos. ¿O acaso no habéis tenido nunca una discusión acalorada por desavenencias de este tipo? Seguro que sí. Y a mí esto me agota. Me agota tanto que no tengo palabras para expresarlo. Sé que es absolutamente imposible, pero sueño con un momento político y social en el que no pensar exactamente lo mismo no sea motivo de insulto, pelea, temor, repulsa o desprestigio. Ojalá no hubiese que escuchar esos «hemos perdido» o «hemos ganado» que tanto detesto ni ser testigos de la irracionalidad que estas diferencias acarrean. Ojalá pudiéramos ponernos de acuerdo en unos puntos básicos que, si bien para mí no son más que condiciones primordiales para que todo el mundo tenga derecho a vivir dignamente esta única vida que tenemos, para otros son «ideas de extremistas radicales». No comprendo cómo puede haber abismos argumentales tan amplios ni cómo podemos llegar a ciertos extremos. Pero que no lo comprenda no quiere decir que no sea consciente de ellos. No sé por qué, si un partido gana unas elecciones, mis padres me llaman para alardear de una victoria y, si no lo hacen, no dan señales de vida en días, con miedo quizá a que yo haga lo mismo que hacen ellos. Me sorprende que a estas alturas de la película no me conozcan lo suficiente. Me sorprende que, aunque sea en broma, puedan llegar a darme los mismos calificativos que los medios de comunicación más podridos otorgan a los que no piensan como ellos. Me sorprende todo tanto y a la vez tan poco...
En fin. Se supone que debería estar contenta porque, según algunos dicen, «hemos ganado», aunque yo no creo haber ganado nada y aún queda muchísimo que cambiar. Supongo que tiene que ver con lo que comentaba hace unos días con un amigo sobre la «pureza» de la izquierda, que somos nuestros peores enemigos porque no admitimos nada que no sea moral y éticamente perfecto (según nuestros baremos, claro) y eso es imposible. Ahora, los idealistas como yo vivimos con miedo a que estos nuevos gobiernos se equivoquen en algo y eso dé pie a las recriminaciones y los «te lo dije» porque no basta con que las cosas cambien a mejor: necesitamos que todo el mundo esté de acuerdo con eso. Y ahí reside el problema, mi problema: en la paradoja de querer que todo el mundo esté de acuerdo sin estarlo. Ese el motivo de que me ponga tan triste con estos temas y de que piense tan a menudo que lo mejor es irme a vivir lejos de todo y de todos. Es algo inalcanzable e imposible por definición. Solo tengo que aprender a vivir con ello, pero qué difícil es.
jueves, 28 de mayo de 2015
domingo, 15 de febrero de 2015
San Valentín
Tranquilos, no voy a contar ninguna moñada, podéis seguir leyendo.
¿A vosotros este día no os despierta sentimientos encontrados? Porque a mí, muchísimos. Por un lado, todos somos más o menos conscientes de la comercialidad que encierra: las tiendas se llenan de corazones y de ofertas de colonias, bombones, flores y peluches, los restaurantes sacan sus menús especiales con una cutre cena de mierda en la que te ponen cuatro almejas y cuatro cosas con chocolate y te soplan un mínimo de 30 € por cabeza por utilizar adjetivos como «sensual» o «enamorados», e incluso las aerolíneas te venden la moto de billetes superbaratos para viajar por amor y olvidan rebajarte también la vuelta.
Pero por otro, a muchos de nosotros nos encanta que haya un día en el que ser ñoño no solo esté permitido, sino que, incluso, sea deseable. No sé en vuestros institutos, pero en los míos siempre se celebraba regalando flores a quien te gustaba o a los amigos que más querías y se aprovechaba para mandar cartas llenas de palabras bonitas y demás cursilerías. Y como a todos nos gustan estas cosas, siempre había acuerdos entre amigos para que todos recibieran algo bonito. A mí me encantaba llegar a casa con mi florecica y mis carticas de turno y secarla con todo el cariño y sentirme bien cada vez que la miraba.
Sin embargo, creo que la comercialidad excesiva se ha cargado la posibilidad de poder disfrutar de estas cosas sin sentir que estás participando en el Gran Plan Malvado del consumismo más innecesario. De hecho, me siento incluso culpable por pensar siquiera en todo esto. A mi entender, ahora mismo solo hay dos posturas aceptadas: o estás completamente a favor y participas del combo cena+regalo+polvete o estás completamente en contra y tienes que dejarlo patente criticándolo a saco. Bueno, o te callas y no dices nada ni a favor ni en contra porque, en realidad, no sabes ni lo que opinas.
¿Es posible pasar un 14 de febrero haciendo algo especialmente ñoño sin caer en este juego? Sí, estoy totalmente de acuerdo en que «todos los días son buenos para demostrarle a alguien lo que sientes», «no hay que esperar a que sea San Valentín para decirle que le quieres» y «todo esto no es más que un invento de El Corte Inglés», pero no sé... Será que para mí las fechas señaladas siempre han sido especiales por no haber vivido la mayoría de ellas como me habría gustado. Soy la típica persona que se emociona muchísimo con su cumpleaños o con el día de Reyes, pero que ha aprendido a guardárselo para sí misma y a no esperar nada porque nunca son como le gustaría o porque las veces que ha intentado hacer algo especial ha salido todo al revés de como «debía» ser. Pero ese es otro tema.
El caso es que no sé muy bien dónde me deja esto. ¿Por qué no me pasa lo mismo con, por ejemplo, el día del orgullo friki? ¿O con el día de Pi? ¿O el de la mujer trabajadora? ¿O el del cáncer de mama? ¿O el día de Andalucía? ¿O el de la paz? Ya, no es lo mismo y probablemente esté mezclando churras con merinas y lo mejor sería que no hubiese días de nada o yo qué sé, pero... ¿por qué me siento culpable por pensar que me parece bonito que haya un día marcado en el calendario para recordar algo tan tierno como puede ser el Amor, así, en mayúscula, como concepto? A lo mejor el problema es la forma en que se enfoca, el deber de demostrar públicamente lo que sientes o dejas de sentir por TU pareja gastándote esos 30 € (bueno, 60 €) que comentaba antes en esa cena de mierda con una rosa roja que te ha costado 6 € solo por ser San Valentín y que mañana estará a 3 € porque se marchita. A lo mejor, y solo a lo mejor, si dejáramos de enfocarlo como un día para dos con un guión establecido, podríamos disfrutarlo más.
Y por si os lo preguntáis, yo lo pasé viendo un partido de hockey sobre hielo (mi nueva pasión) en directo con un amigo y cenando chino en mi casa tan ricamente. Vale, también es cierto que #erniño no está aquí ni yo estoy allí, pero aunque hubiésemos estado juntos, no habría cambiado nada de ese plan. Probablemente habría tenido algún detalle ñoño porque cada vez me doy más cuenta de lo reprimidamente cursi que soy, pero ¿y lo romántico que es ver a doce tíos intentando abrirse la cabeza con un palo de hockey. :D
¿A vosotros este día no os despierta sentimientos encontrados? Porque a mí, muchísimos. Por un lado, todos somos más o menos conscientes de la comercialidad que encierra: las tiendas se llenan de corazones y de ofertas de colonias, bombones, flores y peluches, los restaurantes sacan sus menús especiales con una cutre cena de mierda en la que te ponen cuatro almejas y cuatro cosas con chocolate y te soplan un mínimo de 30 € por cabeza por utilizar adjetivos como «sensual» o «enamorados», e incluso las aerolíneas te venden la moto de billetes superbaratos para viajar por amor y olvidan rebajarte también la vuelta.
Pero por otro, a muchos de nosotros nos encanta que haya un día en el que ser ñoño no solo esté permitido, sino que, incluso, sea deseable. No sé en vuestros institutos, pero en los míos siempre se celebraba regalando flores a quien te gustaba o a los amigos que más querías y se aprovechaba para mandar cartas llenas de palabras bonitas y demás cursilerías. Y como a todos nos gustan estas cosas, siempre había acuerdos entre amigos para que todos recibieran algo bonito. A mí me encantaba llegar a casa con mi florecica y mis carticas de turno y secarla con todo el cariño y sentirme bien cada vez que la miraba.
Sin embargo, creo que la comercialidad excesiva se ha cargado la posibilidad de poder disfrutar de estas cosas sin sentir que estás participando en el Gran Plan Malvado del consumismo más innecesario. De hecho, me siento incluso culpable por pensar siquiera en todo esto. A mi entender, ahora mismo solo hay dos posturas aceptadas: o estás completamente a favor y participas del combo cena+regalo+polvete o estás completamente en contra y tienes que dejarlo patente criticándolo a saco. Bueno, o te callas y no dices nada ni a favor ni en contra porque, en realidad, no sabes ni lo que opinas.
¿Es posible pasar un 14 de febrero haciendo algo especialmente ñoño sin caer en este juego? Sí, estoy totalmente de acuerdo en que «todos los días son buenos para demostrarle a alguien lo que sientes», «no hay que esperar a que sea San Valentín para decirle que le quieres» y «todo esto no es más que un invento de El Corte Inglés», pero no sé... Será que para mí las fechas señaladas siempre han sido especiales por no haber vivido la mayoría de ellas como me habría gustado. Soy la típica persona que se emociona muchísimo con su cumpleaños o con el día de Reyes, pero que ha aprendido a guardárselo para sí misma y a no esperar nada porque nunca son como le gustaría o porque las veces que ha intentado hacer algo especial ha salido todo al revés de como «debía» ser. Pero ese es otro tema.
El caso es que no sé muy bien dónde me deja esto. ¿Por qué no me pasa lo mismo con, por ejemplo, el día del orgullo friki? ¿O con el día de Pi? ¿O el de la mujer trabajadora? ¿O el del cáncer de mama? ¿O el día de Andalucía? ¿O el de la paz? Ya, no es lo mismo y probablemente esté mezclando churras con merinas y lo mejor sería que no hubiese días de nada o yo qué sé, pero... ¿por qué me siento culpable por pensar que me parece bonito que haya un día marcado en el calendario para recordar algo tan tierno como puede ser el Amor, así, en mayúscula, como concepto? A lo mejor el problema es la forma en que se enfoca, el deber de demostrar públicamente lo que sientes o dejas de sentir por TU pareja gastándote esos 30 € (bueno, 60 €) que comentaba antes en esa cena de mierda con una rosa roja que te ha costado 6 € solo por ser San Valentín y que mañana estará a 3 € porque se marchita. A lo mejor, y solo a lo mejor, si dejáramos de enfocarlo como un día para dos con un guión establecido, podríamos disfrutarlo más.
Y por si os lo preguntáis, yo lo pasé viendo un partido de hockey sobre hielo (mi nueva pasión) en directo con un amigo y cenando chino en mi casa tan ricamente. Vale, también es cierto que #erniño no está aquí ni yo estoy allí, pero aunque hubiésemos estado juntos, no habría cambiado nada de ese plan. Probablemente habría tenido algún detalle ñoño porque cada vez me doy más cuenta de lo reprimidamente cursi que soy, pero ¿y lo romántico que es ver a doce tíos intentando abrirse la cabeza con un palo de hockey. :D
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