lunes, 24 de marzo de 2008

De despedidas muniquenses y borrachos temerarios

Hemos estado cenando en la Gallaguer (o como se escriba) para decirle así adiós a nuestro amado Yeli que mañana vuelve a tierras alemanas a (pro)seguir con su vida en Munich. Nos hemos puesto púos de comer y beber (qué buenas están la Guiness y la Shandy, ¡jajaja!) y hemos estado un buen rato riéndonos con historias de ronquidos y meadas desde un cuarto piso por un patio interior. Genial el momento Chemi de la noche:

Carlos: es que 300 sociólogos son muchos sociólogos
Chemi: ya ves, 300 es más que uno...

Al final de la velada se nos ha acoplado un señor al cual describir como borracho es poco, muy poco, porque vaya pedalera llevaba el colega. Después de un rato de emitir sonidos y risotadas que intentaban pasar por palabras, hemos decidido pedir la cuenta e irnos. El señor ha salido con nosotros a la puerta y ha cruzado la calle haciendo unas eses como tsunamis, se ha dirigido a un coche y todos hemos rezado por que no fuera el suyo; lamentablemente, lo era. Ha abierto la puerta, ha meado en la calle y se ha montado. Todos los camareros y clientes del bar desde dentro y nosotros desde fuera no dejábamos de mirar asombrados cómo el alcoholizadísimo señor se ha metido dentro y ha cerrado la puerta. Hemos seguido rezando por que no pudiera arrancar el coche, pero lamentablemente lo ha conseguido. Tras ponerlo en marcha se ha dado contra el bordillo y he pensado que iba a comerse la puerta del supermercado que había enfrente, que habría sido lo mejor que habría podido pasarle, pero ha frenado a tiempo y ha dado marcha atrás para salir del estacionamiento. Mientras salía ha estado a punto de comerse un coche que venía calle abajo, aunque milagrosamente ha vuelto a conseguir frenar a tiempo. Después ha enfilado la calle y ha bajado dando acelerones. Espero que haya conseguido llegar a su casa, al puticlub o donde quiera que fuese de una pieza, no por él, que me importa bien poco lo que le pase a un personaje que coge el coche en ese estado, sino por la gente que se hubiese podido cruzar en su camino y acabar la noche en un hospital cuando menos.

Es un milagro que no haya más accidentes de los que hay. Mientras que borrachos así sigan conduciendo por nuestras calles, no hay nadie que esté seguro.

Por cierto, que el señor tiene familia e hijos. Menuda pieza.

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