martes, 2 de octubre de 2007

Ese extraño estado que es el celo

Hace una semana, cuando Yélamos decía que estaba en celo, yo me reía y bromeaba diciendo que "bah, yo me paso así los 365 días del año y no es pa tanto", pero en realidad hacía tiempo que no pasaba por una de esas crisis hormonales en las que el más mínimo gesto o insulsa mirada te bastan para ponerte a cien. De repente, y sin saber cómo ni por qué extraños mecanismos, tu cuerpo reacciona ante la persona menos esperada, incluso un desconocido, y yo me preguntaba "¿por qué?". Pues el libro que me estoy leyendo, ese del cual he puesto un fragmento en el post anterior, me está solucionando muchísimas de las incógnitas que torturaban mi delicado cerebro. Y es que no me imaginaba hasta qué punto los genes y la evolución humana dominan nuestras vidas, conclusión un poco estúpida, ya que sin ellos no estaríamos aquí. En fin, que el hecho es que me he pasado años preguntándome por qué, por ejemplo, hay mujeres a las que apenas les cuesta encadenar un orgasmo tras otro mientras que a otras conseguir uno cada 6 meses ya es todo un logro. Evolución, chavalas, esa es la clave. Resulta que al comenzar la bipedestación en los homínidos, la cadera tuvo que evolucionar para soportar el peso del cuerpo sobre dos extremidades en vez de cuatro; con ello varió también la situación de los órganos sexuales femeninos y la vagina pasó de estar situada de forma horizontal y un poco inclinada hacia abajo a estar bastante más vertical. ¿Qué pasó? Pues que mientras éramos homínidos y la cópula no era más que un simple acto orientado a la reproducción, inmediatamente después de realizarla el macho y la hembra seguían con sus tareas; eso implicaba movimiento, ponerse de pie y andar, y con ello dificultar el acceso de los espermatozoides a través del cuello del útero. Es lógico: antes, cuando íbamos a cuatro patas, la vagina retenía el semen, pero al ir de forma vertical la gravedad jugaba un feo papel en el asunto. ¿Solución? Apareció el orgasmo, que obligaba a la hembra a reposar lo justo (unos minutillos) para ayudar a que se produjese la fecundación. Además, al disfrutar con la cópula la hembra estaba más dispuesta a servir de recipiente reproductivo a más machos para así asegurar la perpetuación de la especie. Pero ahora surgía otro problema, y es que el orgasmo masculino es puramente reproductivo (acompaña a la eyaculación) mientras que el de la hembra no, y por ello no tienen por qué producirse a la vez. Por eso, ¿qué pasaba si la hembra lo experimentaba antes que el macho? Que una vez satisfecha, se levantaba y lo mandaba al carajo (justamente lo que hacen los machos hoy en día, fíjate). ¿Cómo lo solucionó la naturaleza? Creando a los eyaculadores precoces. Cuanto antes se eyacule, mayor será la probabilidad de fecundar a la hembra.
Así que señoritas, ahora tenemos doble motivo para jodernos: no sólo hay que aguantarse cuando un "macho" no dé la talla, sino que además tenemos que asumir que nuestro cuerpo está fisiológicamente diseñado para concebir, y que si no tenemos orgasmos es por culpa de la naturaleza y no del borrico que intente mezclar sus genes con los nuestros. Pues desde aquí lanzo una enérgica protesta: ¡NO a los coitos sin orgasmo femenino! ¡NO a la evolución! ¡NO a la maternidad impuesta! Señoras y señores: ¡el clítoris EXISTE!

1 comentario:

grigori dijo...

Una cosa que me maravilla es la leyenda femenina de que todas las mujeres son unas máquinas en la cama. Yo nunca me lo he hecho con un tío (espero poder decir esto en mi lecho de muerte) pero la proporción de torpes debe andar por ahí, eso te lo aseguro.